En apenas unos cuantos años, una gran parte de los habitantes del llamado Primer Mundo se han ‘fusionado’ con sus máquinas. Miran una pantalla por lo menos ocho horas al día, más tiempo que el empleado en cualquier otra actividad, incluyendo dormir. Cuando Obama se presentó como candidato a la Presidencia, el iPhone todavía no había sido lanzado al mercado. Los teléfonos inteligentes hoy superan en número a los modelos tradicionales, y más de la tercera parte de los usuarios se conectan a Internet antes de levantarse de la cama.
A la vez, el envío de SMS se ha convertido en algo tan natural como respirar, una persona recibe unos 400 mensajes de texto al mes. El ‘adolescente promedio’ procesa el asombroso número de 3700 textos al mes. Y más de las dos terceras partes de esos ciborgs (concepto futurista que describe a un ser humano con mecanismos tecnológicos) normales y corrientes aseguran que a veces notan que su móvil vibra cuando en realidad no está vibrando en absoluto. El fenómeno ya tiene nombre: síndrome de la vibración fantasma. La investigación está dejando claro que Internet no es ‘otro’ simple sistema de transmisión de datos. Está creando un entorno mental nuevo.
¿Internet nos está volviendo locos?
No, si de lo que estamos hablando es de la propia tecnología o de los contenidos. Pero todas las investigaciones realizadas en más de una docena de países apuntan en una misma dirección. Peter Whybrow, director del Instituto de Neurociencia y Comportamiento Humano de la Universidad de California en Los Ángeles, afirma con rotundidad que «el ordenador viene a ser cocaína electrónica», generador de ciclos de euforia seguidos por bajones depresivos. Internet «produce estados de ansiedad y provoca comportamientos compulsivos», incide Nicholas Carr, cuyo libro The Shallows -acerca de los efectos de la web- fue nominado para el premio Pulitzer.
El temor a que la Red y la tecnología móvil contribuyan a la adicción -por no mencionar los trastornos obsesivo-compulsivo y de déficit de atención- existe desde hace décadas, pero los escépticos al respecto hasta ahora llevaban las de ganar, apelando al sarcasmo muchas veces, no creyendo posible que este tipo de consecuencias.
Pero las cosas han cambiado. Tanto que el manual que se usa para diagnosticar enfermedades en Estados Unidos incluirá el próximo año por primera vez el trastorno de adicción a Internet, si bien en un apéndice con la etiqueta «a ser estudiado». En China, Corea y Taiwán, en los que hasta el 30 por ciento de los adolescentes están considerados adictos a la web, ya está aceptado dicho diagnóstico, y el uso problemático de Internet está empezando a estimarse como una grave crisis sanitaria.
Internet 24 horas…
La decisión de estar todo el día conectado no siempre es propia. No es la elección personal la que lleva a la mayoría de los jóvenes empleados de corporaciones a mantener el Blackberry en la mesita de noche, junto a la cama, ni la que lleva al 80 por ciento de las personas en vacaciones según otro estudio de 2011 a cargar con ordenadores portátiles y teléfonos para estar en contacto con su centro de trabajo. Pero es que, en realidad, la elección personal tampoco es la que lleva a los usuarios de teléfonos inteligentes a chequear sus móviles justo antes de acostarse y a los pocos minutos de despertar por la mañana. Da la impresión de que estamos eligiendo utilizar esta tecnología, pero el hecho es que dicha tecnología se está haciendo con nosotros merced a su potencial para la gratificación a corto plazo.
Cada pitido puede ser aviso de una oportunidad social, sexual o profesional, y nuestra respuesta en el acto genera una mini-recompensa en forma de descarga de dopamina. Estas recompensas son pequeñas inyecciones de energía que alimentan el motor de la compulsión, en resumen, es la sensación de bienestar, el efecto es potente y difícil de resistir.
Relación entre Internet y la depresión
El año pasado, cuando el canal MTV encuestó a sus espectadores de entre 13 y 30 años sobre sus hábitos en la Red, la mayoría dijo sentirse «definido» por cuanto suba en la web, «exhaustos» por tener que estar siempre subiendo información y por completo incapaces de abstenerse de Internet por miedo a estar perdiéndose algo. MTV lo denominó el síndrome FOMO Fear Of Missing Out lo que significa “Miedo de perderse”.
El último estudio sobre la relación entre Internet y la depresión es aún más triste. La Universidad del Estado de Misuri estuvo siguiendo los hábitos en la Red de 216 jóvenes, el 30 por ciento de los cuales daban muestra de depresión. Los resultados, revelan que los jóvenes deprimidos son los que más usan Internet, los que dedican más horas al correo electrónico, los chats y los videojuegos. También son los que cambiaban con mayor frecuencia de ventanas de navegación, en una búsqueda constante y no fructífera, o eso se supone. Son como Doug, un alumno de una universidad del Medio Oeste que tenía cuatro avatares y mantenía los cuatro mundos virtuales abiertos en el ordenador, junto con sus trabajos universitarios, correo electrónico y videojuegos. Doug se expresaba así de su vida real «no es más que otra ventana más» y decía «tampoco es que se trate de mi mejor ventana».
Algunos tratados sugieren que en este mundo digitalizado podría estar el origen de formas incluso más extremas de enfermedad mental: trastorno múltiple de la personalidad, alucinaciones y psicosis. Un equipo de investigadores de la Universidad de Tel Aviv publicó lo que definen como los primeros casos documentados de «psicosis inducida por Internet».
¿Y qué podemos hacer al respecto?
Pues, para empezar, tomar conciencia de la situación, decidir cómo queremos que sea nuestra relación con la Red y las nuevas tecnologías. Lo que está claro es que es nuestra mente es la que está en juego y depende de nosotros poner límites en cuanto a ello.
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